Política
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Nosotros ya no somos los mismos

Miseria y desigualdad, un problema mundial inescuchado // Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto

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▲ Nuestra casa, el planeta Tierra, es basta y generosa y ni nuestro maltrato la ha vuelto avara o mezquina. Ojalá no estemos en la última oportunidad.Foto La Jornada
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uando comencé a releer las notas que había seleccionado para ilustrar la dimensión de lo que significan la miseria y la criminal desigualdad que, a la mitad del año 2025, imperan en la mayor parte de nuestro (¿nuestro?) planeta, pensé en acudir al uso de un sarcasmo que le diera más peso a la encolerizada descripción de nuestra terrícola existencia.

Afortunadamente un amigo me hizo ver que el asunto de este día y su tratamiento no se enriquecían con la figura retórica del sarcasmo que pretendía usar, pues se podía interpretar como una burla mordaz. Si acaso confórmate con una sencilla ironía que, sin hacer daño ni ofender, sí genera cierto sentido del humor. Reflexioné y me dije: ¡pero qué necesidad! Bastante hace la multitud brindándome su condescendencia, su tiempo y atención. Entonces preferí referirme directamente al tema tan reiterativo como inescuchado y por lo mismo jamás tomado en consideración. (La compu me rechazó la conjugación inescuchado, pero la enciclopedia me lo convalida por conducto de la obra Janusz Korczak: u n inescuchado testimonio de esperanza).

Este título me parece que ni mandado a hacer, para referirme a una propuesta que repetidamente plantean no sólo las formaciones políticas de izquierda sino varios recipiendarios del Premio Nobel, maestros e investigadores de las más prestigiadas universidades, organismos internacionales, jefes de Estado, dirigentes políticos y sociales del ámbito progresista, medios de comunicación y amplios sectores sociales que son, por muy diversos motivos beneficiarios del trabajo que realizan los migrantes y que es inmejorable soporte para la calidad de vida de miles de ciudadanos estadunidenses.

A mí, lo confieso antes aún de enunciar la propuesta a la que voy a referirme, me resulta tan de evidente justicia como de imposible realización. Pero no quiero, hasta donde sea posible, exponer los argumentos en los que respaldo, tanto mi frío raciocinio como mi muy encendida emoción de que lo imposible se torne inevitable, es decir la justa distribución de la riqueza creada y por crearse.

Ramón López Velarde, poeta zacatecano, plasmó en un solo verso, todos los argumentos que la columneta trata de plantear: Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto. De eso, precisamente, es de lo que quiero con ustedes platicar. De todas maneras, recordar algunos números no sale sobrando y sí, en cambio, nos ayuda a comprender la dimensión y peso de los problemas que vamos a platicar.

Obviamente debemos empezar por los grandes y elementales datos. Por ejemplo, cuando hablamos de nosotros los terrícolas, necesitamos fijar números lo más aproximados a la realidad porque ésta cambia a cada minuto. Buscando la cifra de habitantes del globo terráqueo, consigo la información que por Internet me proporcionan diversas instituciones de una credibilidad absolutamente reconocida y, sin embargo, no coinciden. Pero, aunque la diferencia sea de millones, ésta es mínima. Un primer dato es imprescindible: en nuestro año, según World Population Review, somos 8 mil 297 millones 675 mil 886 personas. Los países más poblados son India y China y el menos poblado, El Vaticano (evidentemente que no están incluidos los hijos del reverendísimo Marcial Maciel).

En nuestro próximo encuentro veremos cuáles son las geniales ideas que se les ocurren a los más sabios del planeta para acabar con las pequeñas diferencias que, en 2025, inexplicablemente nos dividen (y hasta nos enfrentan) a los hermanos terrícolas. La casa común es vasta y generosa y ni nuestro maltrato la ha vuelto avara o mezquina. Ojalá no estemos en la última oportunidad.