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Aranceles: sin acero no hay futuro
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urante décadas, México ha sido el motor silencioso que mantiene andando a buena parte de la industria norteamericana. Desde el norte de Sonora hasta el corazón de Coahuila, de las minas de Zacatecas y Colima, a las plantas siderúrgicas de Michoacán, hombres y mujeres han trabajado sin descanso para transformar los recursos del subsuelo en acero; y el acero en infraestructura, vehículos, herramientas, maquinaria y riqueza para nuestro país y toda América del Norte. Hoy, su eficiencia, capacidad y entrega se ven amenazadas con aranceles, con barreras y el rompimiento de lo que se ha construido: las cadenas de valor trinacionales que dan forma al T-MEC.

Estos nuevos aranceles al acero mexicano no sólo perjudican a las empresas de los países involucrados, también golpean directamente a los trabajadores que día con día entregan un producto de la más alta calidad mundial, y lo más grave es que esta estrategia se hace en nombre de una seguridad nacional estadunidense que en el fondo es una excusa para mantener desequilibrios estructurales que benefician a unos cuantos, porque no hay libre comercio posible cuando las condiciones laborales son profundamente desiguales.

Es importante insistir en abrir la conversación sobre competencia leal porque Estados Unidos precisa reconocer que la verdadera ventaja competitiva de nuestrp está en su fuerza laboral: organizada, capacitada, resistente. Sin embargo, mientras no exista un compromiso real por igualar las condiciones laborales entre nuestros países, cualquier integración económica seguirá siendo asimétrica. Los mineros y obreros mexicanos que producen acero también en Estados Unidos –que alimenta las fábricas del medio oeste de ese país– lo hacen con jornadas larguísimas, sin la protección sindical que gozan sus compañeros del norte (o siendo timados por algunos sindicatos charros) y cobrando una fracción de lo que allá se paga por el mismo trabajo. De ahí que la lucha que sostenemos desde el Sindicato Minero, que me honro en presidir, sea incansable e inquebrantable: estamos hablando de sentar precedente para millones de trabajadores y sus familias en México y en toda Norteamérica.

La salida no es aislarse, sino colaborar. No es cerrar fronteras, sino abrirlas bajo reglas más claras y justas. Es hora de que los gobiernos de América del Norte asuman que una integración económica verdadera exige también una integración en materia de derechos laborales, salarios dignos y justicia social. No puede haber productividad sostenible sin dignidad para quienes hacen posible la producción.

La industria minera y siderúrgica mexicana es, muchas veces, invisible para quienes disfrutan sus beneficios, pero son sus trabajadores quienes mantienen el esqueleto de la economía nacional. Hablar de este sector no es hablar de una industria más: hablamos de la industria de la transformación. Así debe reconocerse porque transforma la roca en estructura, la chatarra en futuro, la energía en movilidad, y porque transforma también la vida de millones de familias que viven de lo que otros prefieren ignorar: el trabajo manual, el esfuerzo físico diario, el riesgo y el sacrificio.

Pocos sectores contribuyen al bienestar nacional (e internacional) más directamente que éste. Es el inicio de todo: sin acero, no hay carreteras, hospitales, escuelas, trenes, aviones, coches, puentes ni herramientas. La riqueza nacional empieza aquí, en el subsuelo y en los talleres donde se forja el acero. Y dicha riqueza tiene nombre y apellido: la clase trabajadora minera y siderúrgica de México.

Imponer aranceles al acero mexicano no sólo es injusto, es una estrategia equivocada. Ataca el corazón de las cadenas de valor integradas, que han convertido a América del Norte en una región competitiva. Cada tonelada que deja de cruzar la frontera retrasa una entrega, encarece una maquinaria, frena una obra, complica una exportación. Las fábricas de autopartes, las constructoras, las ensambladoras, los talleres medianos y pequeños: todos resienten las consecuencias de una medida que no toma en cuenta los niveles de interdependencia alcanzados.

Si los aranceles continúan, no se protegerá el acero norteamericano, pero sí se pondrá en riesgo la recuperación económica regional; se debilitará la alianza estratégica entre México, Estados Unidos y Canadá, y se afectará a miles de empleos en ambos lados de las fronteras. El precio lo pagarán los productores, los consumidores, los gobiernos y las comunidades enteras que viven del acero y de lo que el acero hace posible. Por eso considero a esta medida como falta de visión y sensibilidad.

No es momento de dar pasos atrás. Debemos reconocer el valor de quienes sí han cumplido: los trabajadores mexicanos de la industria que está en continua transformación. Ellos piden justicia e igualdad de condiciones. Un terreno parejo donde competir sea posible, no a costa de la explotación, sino con base en la calidad, el esfuerzo y el profesionalismo.

Que se escuche claro: sin justicia laboral no hay integración. Sin respeto mutuo no hay alianza estratégica. Y sin acero mexicano, no hay industria de transformación que resista.