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La necesidad de la filosofía en el bachillerato del siglo XXI
L

os días 4, 5 y 6 se celebró el congreso La necesidad de la filosofía en el bachillerato del siglo XXI, organizado por el Comité Nacional en Defensa de la Filosofía y la Subsecretaría de Educación Media-Superior de la SEP. En el congreso se presentaron 85 ponencias de profesores provenientes de Baja California, Guanajuato, Michoacán, Nuevo León, estado de México, Guerrero, Jalisco, Nayarit, Chihuahua y la Ciudad de México. Los ponentes coincidieron en la necesidad de reincorporar disciplinas como ética, lógica y la introducción a la filosofía en la educación media superior. La razón de ello se debe a que la actual reforma ha suprimido las disciplinas en general y las de filosofía en particular a nombre del método denominado transversalidad. Este concepto, propuesto por Piaget, Edgar Morin y Basarab Nicolescu, entre otros, busca dar cuenta del carácter interdisciplinario y transdisciplinario mediante el cual se requiere hoy abordar el conocimiento en lugar de los compartimientos estancos mediante los cuales se estudian, por lo general, las disciplinas. Esta propuesta es importante y plausible, pero en el nivel de investigación después de haberse formado en las disciplinas.

Lo curioso es que quienes fueron responsables, en el pasado sexenio, de dar forma y contenido al marco curricular común del bachillerato, no sólo aplicaron el método, sino que incluso agregaron, de su parte, que las unidades de conocimiento, se organicen bajo tres categorías que inventaron, a saber: experiencias; vivir aquí y ahora y estar juntos y una serie de subtemas. Pero, además, como les corría el tiempo ya que empezaron dos años antes de que terminara el régimen de López Obrador, no sometieron su experimento a la necesaria prueba de pilotaje, lo que me parece una increíble irresponsabilidad frente a millones de jóvenes. A mi juicio, esta reforma no toma en cuenta, aunque aparentemente así lo pretenda, ni la situación de los jóvenes que hoy requieren urgentemente análisis frente a problemas éticos como los de la violencia, el narcotráfico, la discriminación de clase, sexo y raza, la violación de los derechos humanos, el cambio de valores, etcétera. Tampoco que se requieren clases íntegras de lógica para distinguir un discurso racional y otro falaz o de introducción a la filosofía para cuestionarse sobre lo que debería ser una sociedad justa, el valor de las utopías, las ideologías, la formación de un pensamiento crítico y otros temas.

En el congreso se presentaron mesas sobre la falta de una renovación y actualización de la didáctica; de la aplicación de las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial; de la importancia de utilizar los recursos de las artes escénicas y sobre los valores y fines de la educación involucrados. En este sentido, en mi intervención pregunté cuál era el currículo escondido tras la reforma propuesta o, en otras palabras, cuál era su idea de país involucrada. Para ello, me referí, a algunos ejemplos de nuestra historia como la implantación del positivismo en la República restaurada en la que claramente Gabino Barreda consideró y Benito Juárez aceptó que no se podía avanzar a la nueva etapa de la sociedad mediante una mentalidad religiosa basada en la repetición de la Biblia y Aristóteles, sino que se requería una juventud formada en la ciencia, y es por ello que se fundó la Escuela Nacional Preparatoria con bases positivistas.

En esto Barreda no se equivocaba, aunque sí en no aceptar las siguientes innovaciones de la ciencia como fue la propuesta de Darwin, entre otros autores.

Otro ejemplo fue el de la educación socialista implantada en tiempos de Lázaro Cárdenas como una concepción científica y humanista que contribuyó al fortalecimiento del Estado en un tiempo extraordinariamente difícil y que implicó el inicio de la Segunda Guerra Mundial y finalmente, el neoliberalismo cuyos efectos persisten hoy y que ha tenido un objetivo preciso: convertir los bienes sociales en mercancía, entre ellos la educación, y al mismo tiempo, convertir al país en maquiladora. Y si esto era así, se preguntaron, ¿para que querían la filosofía y las humanidades? Pero, mientras Felipe Calderón lo hizo con torpeza y se le obligó a reponer las materias filosóficas y humanísticas en el bachillerato, los artífices de que hablamos encontraron la forma de continuar el camino trazado mediante el recurso a la transversalidad disfrazada de humanismo mexicano. Ahora que se inicia una nueva etapa, esperamos que las resoluciones de este congreso tengan como resultado la incorporación de las disciplinas filosóficas, pero no sin llevar a cabo también una profunda autocrítica que implique una renovación temática y didáctica, porque si no ocurre se realizará el lema de Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual.

* Profesor-investigador de la UAM-I